Quiero aprender a quererme; 
necesito dejar de verme
como el enemigo.

No puedo cada día girarle la cara al espejo,
porque estoy bajándole la mirada a mi corazón
y tanto rechazo le queda grande.

Necesito bailar sin pisarme,
cantar y aunque desafine, no dejar de hacerlo,
y aunque me caiga mil veces más,
seguir corriendo.

No soy mejor que nadie,
pero tampoco estoy en el último escalón
aunque lo sienta así.

Si me hago la muerta,
acabará por olvidárseme lo que es estar viva.



Estoy aquí, como cada día desde hace algunas vidas. No sé si me echas de menos pero estoy tomando mis medidas para que eso no pase. Siempre duermo en tu cama, contigo, aunque no siempre te alcance mi mano. Creo que estoy apunto de hacer cima en tu corazón y no quiero cerrar el puño, por si te asfixias, quiero verte revolotear a mi alrededor.


Quiero que sepas que trabajo muy duro para que seas feliz, que nunca estoy demasiado lejos como para que me pierdas. Siempre estoy ahí al girar la esquina, cuando esperas al bus, cuando te subes al tren, cuando tienes las manos heladas y a mí me arde la espalda. He apostado mi última bala a tu boca y ojalá no me falla la puntería. Me tienes como un hilo al botón, como un enchufe a la corriente, como la cerveza al alcohol.

Y probablemente ahora estoy en un autobús camino a ninguna parte, nunca tengo meta si no esperas tú, pero te juro que dentro de muy poco podrás abrazarme. Y dará igual la cara y la cruz, dará igual el rojo o el negro porque todo será de colores. Todos los dias procuraré tener un detalle contigo que me acerque un poco más a ti. No voy a dejarte en la cuerda floja sujetando todo lo que pesamos, nuestra historia, juntas.

Mírame. Mira la sonrisa que dibujo y entiende que nunca nadie podrá verla de esta manera porque esta es la que pongo cuando te miro a ti y no puede ser de otra forma. Siéntete dueña de mis gestos contigo, de mi tic nervioso cuando me sonrojo a tu lado, de mi forma de bajar la cabeza avergonzada por un piropo tuyo.

Que estoy aquí. Que no me ido. Quédate conmigo. Hace frío y no es que quiera tu calor, es que lo necesito.

Te abrazaré por detrás y te anudaré las ganas. Haré una soga con nuestros miedos y si hace falta yo me la pondré de collar, pero tú no te la juegues, yo ya he caminado por este campo de minas y salí más o menos con vida. Y la vida que me faltaba es la que tú me has inyectado poco a poco. Vamos a aprovecharla ¿no crees?, ¿me das la mano?, desde abajo dicen que volamos.



Los domingos 
son autopistas llenas de atascos,
semáforos en ámbar
de esos que solo se ponen en rojo
cuando intentas cruzar.

Yo sé que probablemente
me toque ser la mala: y no pasa nada.

Todos cometemos errores.
La diferencia la marca el precio que te quiera cobrar
quién deba perdonarte.
Todo lo demás es camino.

No creo que en ningún caso,
nunca,
esté todo perdido.
No lo creo porque nunca lo he creído.

El dolor es también otra mentira que se han inventado.
Es la materialización tangible,
para demostrarnos que todo es real.
Como que si no duele, no ha pasado,
si no deja marca, no es verdad,
si no deja huella, no es camino.

Mentir es lo más deshonesto que puede hacer uno
consigo mismo,
porque en el fondo
una parte de nosotros también nos cree.


¿Y entonces?, entonces.
Entonces no hay entonces.

Todo se acaba. 
Todo termina.
Y todo sigue.

No hay entonces.

Es una lástima porque
estoy tan segura de que más allá de todo
hay otro entonces más.
Cuando todos los entonces se han sucedido
siempre hay uno más.
 
¿Y por qué?
¿Y por qué no?

Esto es lo que hacemos:
andar,
levantar polvo,
y seguir andando.
¿Y en qué quedamos?
No lo sabemos.
 
Pero eh, 
no estamos tan mal, ¿no?
Siempre nos queda un poco de esperanza,
y no vamos a ser nosotros
los suicidas que nos la carguemos.
Tendrán que ser otros, si lo consiguen.
Y si no, seguiremos hacia adelante.
Como siempre.
Levantando polvo,
haciendo camino,
y encadenando entonces.



14.

Prefiero la hostia en la cara 
que la caricia a distancia. 

Necesito 
que tires de tu hilo y saques de mi pecho lo que haya, 
y si es suficiente, 
comérnoslo, 
como el mundo.



Me falta la confianza. En mi.

Tengo tantas grietas que siento que me estoy perdiendo y que nadie recoge lo que va cayendo de mis bisagras. A qué estoy jugando. No he crecido y no voy a hacerlo a la fuerza porque ni quiero, ni me siento capaz.

Probablemente esté más rodeada que nunca, pero nunca me había sentido tan sola en medio de tanta gente. Es una especie de desierto lleno de sombras, y no quiero que ninguna me roce.

Lo difícil del final no es aceptar que alguien se va, sino que nadie se queda. Se baja el telón y cada uno a su casa. No hay más focos encendidos apuntándoos. Igual es eso lo que duele, saber que fue y existió y que no era cine, sino teatro, y no puedes reproducirlo otra vez.

Igual estoy hecha para todo y para nada. Estoy cansada de trenes y distancias, de vivir echando de menos a algo o alguien esté donde esté. Creo que voy a hacerme ciudad, para que sean los demás quienes vayan y vengan.



Soy yo.

Es verdad que no me gusto. Es verdad que me veo todos los defectos y si asoma una virtud, la asesino yo misma. Ni siquiera estoy en mi casa, pero tampoco siento que mi hogar sea una casa, una infraestructura que con esfuerzo mis padres levantaron.

Tampoco siento este mi sitio.

Es verdad que las verdades duelen y a mi muchas se me resisten y no me atrevo a decirlas en voz alta porque vomitaría hasta deshidratarme. Las pienso y con eso me es suficiente para ser consciente de que existen. Es complicado aceptarme cuando llevo 22 años reprochándomelo todo.

Y lo intento. Día a día lo intento. Pero hay tantas marcas que sé que siempre van a recordarme quién soy, y lo que es casi peor, quién fui, que me rindo. Y me queda lo que soy. Y me miro en el espejo cada puto día y sigo viendo lo mismo, y veré lo mismo eternamente.

Soy yo.

Y me quiero. Ni bien, ni mal, pero lo hago. Me cuesta mi esfuerzo y mi guerra, mi sangre en el pecho y mi olor a pólvora quemada, pero lo hago.

Es complicado cargar en las espaldas un pasado que no elegí. Siempre sentí estar por debajo, aún cuando todo el mundo me explicó que esto no es una escalera, sino una línea recta en la que cada uno tiene a una distancia su meta. Pero yo nunca he creído en ello, y siempre siento que llego tarde, y corro, y corro más rápido hasta que tropiezo y me caigo.

Me levanto. Siempre me levanto. Debería hacerlo más por mi y menos por vergüenza a que me vean así. Pero lo que cuenta es que sigo caminando y disimulo que cojeo. Sé que muchas veces soy hermética, y que no me dejo quitar la venda para examinar la herida, pero no puedo ser de otra forma porque me cuesta demasiado. 

Solo sé expresarme escribiendo; y esto si es un defecto. Me cuesta hablar porque tengo miedo al juicio y a equivocarme. Y lo siento. Lo siento dentro, quiero decir, no es una disculpa. Siento que no sé hacerlo de otra forma, y si abro el paraguas, voy a salpicar a mi alrededor porque llevo toda la vida mojada.

Creo que hogar 
es cualquier sitio en el que consigo escribir.



17, 5º

No sé qué hago aquí,
ni a qué juego subiendo la vista de mi ordenador al suyo. 

Supongo 
que me siento menos sola. 
Tengo tanto miedo de que me bese
como de que no lo haga,
tiemblo tanto si se acerca 
como si se aleja.

Tengo el corazón en un puño que no es el mío, 
y hay momentos en el que se cierra y me asfixio: pero no se abre.

Nunca se abre.



Celia Munera Pérez ©. Con la tecnología de Blogger.